miércoles, 19 de agosto de 2015

Demonio noble.

Existen los demonios nobles. Claro que existen. Una vez conocí a una mujer. Era cariñosa, sabes. De esas que cuando aman se les despierta lo ninfomana. Era una buena mujer. Supongo que cambió con el tiempo y con los malos amores, se volvió cruel y fría, aunque yo la veía llorar en la esquina más oscura del bar en el que trabajaba, aunque siempre disimulaba sus lágrimas tras la cortina de humo de un cigarro bien encendido y sobre bombeado. Se volvió temerosa y esquiva, ya no dejaba que nadie se le acercara; eso lo vi, pues yo siempre me sentaba en la barra a mirarla de reojo. Era un demonio ya, se vestía con escote y encaje, con corsets y ligueros, atraía a todos más nunca aceptaba a ninguno y si lo hacía era para matarlo, cómo las tarántulas. Llámeme loco, pero conmigo siempre era amable, siempre sonreía y me limpiaba la cerveza tres veces, me llevaba pasa bocas apenas se agotaban los de mi canasto. Me saludaba y me usaba como escudo para los intensos, así los esquivaba y los ignoraba. Llámeme loco, pero yo veía en sus ojos a una mujer con alma, aunque la guardara tan bien en la oscuridad del recinto.
Siempre me atrajo, pues era candela en una ventisca. Era imposible evitar sus senos firmes, o sus labios protuberantes, sensuales y sedientos, resecos por la cerveza y el cigarrillo pero humectados por su lengua. Como podría yo, ignorar su cabellera, que le acariciaba esas nalgas trabajadas a punta de sentadillas de bar y buen sexo. No, ella me atraía, pero en mi mente siempre andaba con otros líos y jamás podía prestarle la atención que ella merecía.
Así eramos, una mujer demonio y un hombre autista, ambos sumidos en soledades que nos carcomían. Supongo que nos agradaba el tacto de nuestras manos, cuando yo le recibía la cerveza, o le pasaba el canasto vació de las rodajas de cebolla que servían como tentempié. Supongo que disfrutábamos las miradas que nos dábamos cuando yo le encendía el cigarrillo, o cuando me mostraba el escote sin querer al apoyarse sobre el mesón y contarme como le iba en su día. Supongo que era amor, de ese que no busca nada. Así era todos los días. Hasta ahora aún me fascina esa mujer, quizás necesitamos un golpe de suerte, algo como un terremoto, que la haga terminar encima mío, o donde la pueda abrazar para protegerla. Para despertar de improvisto la ternura y nobleza de su alma, que evapore su ser y como alquimia, como magia, de milagro, se mezclen ese demonio que le forjaron y ese ángel que siempre fue.
JEC

domingo, 31 de mayo de 2015

De espalda



A todos nos llega la hora. A ti de la tristeza y a mi de la felicidad. Los hechos, las acciones y reacciones, son nobles en su esencia y de ganancia entregan lo justo, aunque a veces tarde, siempre lo hacen. Ahora recuerda mujer de belleza efímera aunque grandiosa, todas y cada una de las veces que no fuiste consecuente, donde decías buscar amor pero te rejuntabas con el patán de turno. ¿Las recuerdas? Con el poder de decidir, lo hiciste, mal, pero lo hiciste y luego te quejaste -Yo y mi suerte- dijiste, o mejor, vociferaste; como si se tratara de maldecir al destino, a la mano mágica que lo puso frente a ti, cuando nunca hubo culpable más que tú.


Ahora, 3 décadas después de que mi febril y adolescente amor te llegara y no lo aceptaras, no sabes ni siquiera porqué lo dejaste ir, me dejaste ir. Quizás la inmadurez de una pubertad, o la rebeldía de una mujer que sabía que era bella, o la negación a la inteligencia que tienes, o quizás la guebonada propia de muchas mujeres de gustarle lo peor. No lo sé, pero han sido para ti 3 décadas de embates, despistes, desilusiones y traiciones, tu lo elegiste, siempre lo hiciste y yo sé de todo, porque aunque sin ti, aún me duelen tus lágrimas. ¿Cómo no? Si una vez te amé, y ese amor no se sale del corazón; tal vez se guarda y se encadena, pero no se saca. Y no, no era propiamente interés, sino la malicia de esos pajaritos que atraparon susurros descargados en el viento, que por atracción o pura maldad decidieron contármelos a mi.


Así es siempre, el ego que nos impide aceptar que somos nosotros la cagada, no el mundo, no los otros. Así es como nos despreocupamos de las cosas que nos competen y nos lavamos las manos luego de cagarlas. Pero, no hablemos más de errores que ambos hemos cometido muchos, aunque a ti te pesan más. Tranquila, que yo también he sufrido y que más sufrimiento que la muerte de un ser amado, mi esposa de 10 años, falleció como no deben fallecer las personas buenas, producto de un accidente, de la fatalidad del destino que gira en una rueda sin un tornillo. Se fue, no por decisión, sino por azar. Y me dejó más solo que antes de conocerla. Pero, a ella le debo el haberme visto en la multitud, el haberme escogido, un hombre medio bueno entre tanto idiota. Y fueron 10 años largos, más 2 de noviazgo, donde por fin entendí lo que es amar y ser amado.


-Ah, que tarde se hizo- Perdoneme, pero debo marcharme, ya no tengo tiempo para quedarme a tu lado y esperar que estés bien. no, no lo tengo. Te presento a mi hija, tiene 8 y está en la escuela. Debo ir por ella, pues sale a las 2 con 30 y la verdad ya no quiero dedicarte más tiempo, ahora te toca pasarte las lágrimas sin un pendejo que te haga sonreír, porque al pasar el tiempo la belleza ya no impresiona, aún la tienes, pero ya no me impresiona. Te deseo lo mejor, pero recuerda mujer que alguna vez quise, elige ser feliz y elige bien. Que los tesoros que más valen no siempre son de oro y brillo, sino de madera y compañía, hechos a mano y con sudor. Feliz tarde mujer, te dejo con tu tristeza pues debo ir a recoger mi felicidad.


-Ella siempre amó la sinceridad de ese hombre que veía marchar como nunca antes lo vio, de espalda a ella y aún sonriendo-






JEC

jueves, 26 de febrero de 2015

Esquizofrenia - Parte II

(Esquizofrenia - Parte I http://jecnox.blogspot.com/2014/09/esquizofrenia-parte-i.html)

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Discernir entre la realidad "real" y la realidad "virtual" mediante un proceso cognitivo, consciente y coherente no es posible para mí. ¿Acaso no es real todo aquello que nuestro cerebro procesa y convierte desde estímulos en reacciones? Es una definición de realidad, bastante precisa y situacional para mí, es más, encaja perfectamente para dar validez a mi condición. Sin embargo, conscientemente sé que hay cosas reales que no lo son, que son una imagen virtual de proyecciones generadas por mi cerebro. El problema es distinguir entre lo irreal, lo no real, lo real y lo completamente imaginario.
Desde la revelación que obtuve al probar la visión mono ocular, he estado poniendo a prueba mi visión. Utilizo un parche para cancelar completamente la visión de uno de mis ojos, luego, salgo a caminar el mundo únicamente valiéndome del punto de vista de uno de mis demonios. El gris azulado; el causante del invierno, entrega una perspectiva fría, objetiva, calculadora, espectral y fantasmagórica. Cuando veo con el soy capaz de vaticinar acciones, reacciones, sucesos y hasta parte de la voluntad. Es como si me dijera que van a realizar las imágenes que el percibe. Así es.
En los días donde uso el parche en el ojo carmesí, suelo ir al parque a divisar el accionar de todo. Desde la nube que desea caer como lluvia, el árbol que quiere menear sus ojos, el pasto que quiere crecer un poco, la paloma que asecha el pedazo de pan, el hombre que se le declara a la mujer, la mujer que llama a su amante, el vagabundo que quiere salir de su condición y a la vez no. Aprendiendo como usar ese don a mi favor. Aunque la pregunta persiste ¿qué es real, que es irreal, que no es real, que es imaginario? Siendo lo real, aquello que es sin importar cómo lo vea. Siendo lo irreal, aquello que es más de lo que realmente es. Siendo lo no real, aquello que mi mente crea sin mi permiso y supone algo real. Y siendo lo imaginario, aquello que mi imaginación crea y puede superar o no la realidad. Hay similitudes entre algunas de ellas, sin embargo, es preciso definirías bien para poder comprender mi situación, condición y actuación.
En los días gris azulados (debido al ojo con que los veo) también hay imágenes terroríficas que me acechan. Sombras laxas y lánguidas, con cuellos alargados, mechones de cabello pegados al cráneo, manos raquíticas y deformadas, carentes de sombra propia. Su carne parece fluir como la densa lava y de vez en cuando trozos de ella caen al suelo y se evaporan. No sé en qué categoría ponerlas: irreal, no real, o imaginaria. También están los cuervos de 13 ojos, cuyas plumas son negras y sus bordes rojizos, estos tienen patas con 5 dedos, tres adelante para posarse y dos atrás para completar el agarre. Cada dedo con dos uñas y en el talo unos pelos sobresalen que danzan con el viento. Su graznido es espantoso, no me gusta oírlo y siempre urajean cuando una nube tapa el sol. Lo más sobrecogedor es la leve sonrisa que se dibuja en su pico al llegar el atardecer, siendo esa sonrisa el indicador de mi regreso. Jamás he querido pasar una noche con el gris azulado viendo, mi pulso decae de tan sólo pensar los horrores y desgracias que vería en la noche.
Casi olvido por completo al lanzador de maíz. Pero de sólo recordarlo mi voz titubea y mi pulso tambalea. De todas las cosas que veo a él es el único que no quiero ver. Ni siquiera puedo describir el temor que infunda sobre mí, es tanto así el miedo que le tengo que al verlo lo único que puedo hacer es quedarme pasmado en el asiento. Si, la tercera silla desde la calle 43 hacia la 44, mirando al campanario de la iglesia y bajo el roble con la marca de corazón. Los cuervos de 5 patas le temen y no crascitan, las sombras evitan su camino, ni siquiera el sol lo alumbra directamente, sino que se escabulle por las pequeñas grietas proporcionadas por las hojas del roble y lo iluminan con temor.
Y ahí estoy yo, petrificado a su lado, viéndolo con el reverso del ojo gris azulado, pues siempre se sienta a mi derecha. Puedo notar la bufanda café que lleva, el orificio de un ojo izquierdo faltante, las garras del pie peludo que sobresalen su zapato roto, el hedor a muerte que desprende, el estremecimiento constante de su mano derecha, una capa que le llega a la cintura de color negro y en ella unos rostros plasmados, vivientes y dicientes. También noto 3 colmillos que sobresalen sobre su labio superior, una cicatriz desde el mentón hasta la sien, una oreja despedazada y 2 dedos amputados. La piel de su brazo parece calcinada y la de su cara está llena de un sarpullido simétrico con forma de hexágono, con pequeños agujeros en su interior de forma circular. De él, se proyecta una enorme sombra que llega hasta las escalas de la plaza, es eso lo que realmente causa pavor, pues en la sombra se refleja el fulgor gris azulado de mi ojo derecho y una mueca lo rodea, unos labios de fuego parecen saborearlo. El contorno de la sombra no es delineado, sino una completa y cambiante textura. Mientras más veo su sombra, más siento que me tragará.
"No sabes lo que te espera" Es con lo que siempre inicia la conversación. "Recuerda que los ángeles te van a abandonar cuando el demonio llegue" "No hay hombre sensato en esta tierra de monstruos" "El engaño más sutil es aquél del que no dudamos" "Fue Epafrodito quien apuñaló a Nerón" "Algún día te llevaré conmigo". Son pequeñas frases que el lanzador de maíz recita. Siempre hay conversaciones, pues mi temor se ve acrecentado cuando el exige una respuesta, el silencio me obliga a hablar y temo lo que sucedería si me negara. No hay paloma alguna que acuda por el maíz, los cuervos no emiten sonido, las sombras se paralizan, los hombres ni siquiera tornan su mirada hacia el. De todos los males que pueden andar sobre la tierra, estoy seguro que el lanzador de maíz es el peor de todos.
Así termina mi día del gris azulado, aprendiendo sobre muchos accionares, sin embargo, aún no puedo prever lo que hará el lanzador de maíz. ¿Acaso gris azulado no tiene efecto sobre él? Estoy seguro que mis ojos están por encima del bien y el mal, ¿qué será él, que mis ojos no pueden fijarse en sus acciones? Es incapaz de leerlas y temo que mi destino sea peor de aquél que he imaginado. Que Dios me salve de su antítesis, aunque estoy seguro que ese engendro es mucho más grande que Dios.

JEC

miércoles, 25 de febrero de 2015

Dioses y Monstruos.

Un invierno, hace mucho tiempo. El oscuro cielo de esta región se iluminó por un pedazo del cielo que se precipitó a la tierra. El brillo era mayor que mil soles juntos y el estruendo sonaba a través del horizonte como si desgarrara el firmamento con su paso, ruido que languideció cuando el trozo del cielo impacto la tierra. Un agudo silencio seguido de un ensordecedor golpe, seguido de muchos ecos que retumbaban en los oídos y les causaba dolor. Luego de escuchar los vidrios de las ventanas romperse, seguía un golpe fuerte que lanzaba el cuerpo a lo lejos y desorientaba de inmediato.
Suficiente tiempo pasé tirado en el piso, tratando de volver en sí, con la mirada perdida, los oídos sordos y la mente embotada logré hacerlo al cabo de un buen rato. El miedo fue la primera sensación que sentí, miedo de que se repitiera y esta vez sucediera más cerca, miedo de no saber que había pasado, miedo de que quizás no estuviera tan bien como creía. Tras unas cuantas revisiones de seguridad, sin creer del todo que estuviera bien, salí de mi casa. El frío era lo único que quedaba y el cielo estaba aún más oscuro de lo que estaba antes del suceso, sin embargo, el trazo de luz previo a la explosión había sido claro y sabía donde había caído. A lo lejos, un fulgor naranja iluminaba una porción del horizonte, ese era mi único indicio real del lugar, entonces me dirigí allí; motivado más por la curiosidad que por la sensatez.
veintitrés minutos de viaje a paso rápido me tomó llegar, al parecer había caído más lejos de lo que pensaba e imaginarme que hubiera caído no a veintitrés sino a diez minutos de viaje de mi hogar, me helaba la sangre más de lo que la tormenta me helaba la piel. No eran temores sin fundamento, pues desde hacía dieciocho minutos sólo veía destrucción, desde rocas desmenuzadas hasta arboles mutilados y otros arrancados completamente de su lecho con raíces y todo. A los 10 minutos de viaje, aparecieron los primeros incendios y lo que era un frondoso bosque, se tornó en un yermo carbonizado donde se sentía el calor del mismo infierno. No fue la cordura lo que me hizo seguir, era un impulso irresistible de idiotez y desmesura, un atrevimiento poco inteligente y precavido, no era mi mente lo que me impulsaba ciertamente, sino algo más oscuro, más profundo, más instintivo.
Allí estaba, el epicentro, el lugar de impacto, el sitio donde todos mis temores convergían, el infierno mismo. En el centro del impacto claramente se divisaba el primer cráter, sin embargo, el objeto que lo impactó no estaba ahí, en su lugar, una marca profunda arañaba la superficie y se extendía por cerca de una hectaria. Al seguir el rastro, aguantando el calor y la terrible presión del ambiente, encontré una figura.
Completamente desnuda, yacía tirada, tratando de levantarse y moviendo unas alas del tamaño de una camioneta, cerca de tres metros de envergadura y de un color plateado, cómo la luna. El impacto fue terrible, de eso estoy seguro, sin embargo, no había rasguño alguno en su piel, y basado en los lindes del terreno, no había perdido ni una pluma de sus alas; aunque más que plumas eran como un haz de luz, que se extendía desde la parte superior hacia el suelo, parecían fluyendo como cintos con textura moteada y afelpada, ciertamente no eran plumas, sin embargo de lejos lucían como ellas.
Traté de acercarme lentamente, me temblaba hasta el vaho de aire que escapaba de mi boca, con mucha cautela y midiendo bien cada paso. ¿Qué podría ser éste ser? ¿Un ángel? ¿Un demonio? ¿Un extraterrestre? ¿Un sueño? No debí preguntarme tantas cosas, debí enfocarme en el camino, cómo antes lo había hecho, pues por éste despiste di un paso en falso y como resultado una roca del tamaño de la mitad de mi pie se desprendió. Vi en cámara lenta cómo la roca giraba apurada y estrepitosa, golpeando las demás y produciendo suficiente ruido como para alertar a cualquiera a tres kilómetros a la redonda. Y así fue, el ente que yacía en el infierno notó mi presencia.
Su rostro era perfecto, sus cabellos parecían pequeños hilos de fuego, que brillaban como hologramas al moverlos, en su frente una tiara se posaba, al parecer hecha de algo parecido al diamante pues amplificaba la luz que emanaba de sus alas y sus cabellos, la difractaba y provocaba rayos de luz intermitentes. Pero, no hubo nada más intrigante, asombroso, perturbador y notorio que sus ojos. Ojos rasgados, en sincronía con lo pulido de su rostro, brillaban por sí solos con una luz violeta acercándose al blanco, su iris era rojo, amarillo, dorado, café, en fin una danza de varios colores que semejaba un río de lava ardiente y en el centro del iris una pupila negra, más que la noche, más que la negrura de un alma condenada. Ese carmesí, ese blanco azulado y ese negro desalmado me bloquearon inmediatamente. Sólo sentí una brisa y luego la fortaleza de sus manos que me tomaban por el cuello y me alzaban completamente. Luego un rápido movimiento, un golpe contra el suelo y unos cuantos segundos arrastrándome y dando tumbos en él.
Un aullido, creo. Fue lo último que escuché de éste ser. La primera diosa que descendió del cielo. Creíamos que los ángeles eran buenos, creíamos que los demonios eran malos, creíamos que nosotros eramos importantes, pero no fue así. Cuando la primera ángel descendió, yo sobreviví y ésta tierra se convirtió en una tierra donde monstruos y dioses gobiernan. Luego de ella, el cielo llovió fuego y muchos más estruendos siguieron. Su belleza y majestuosidad sólo rivalizaba con su fiereza. Todo lo que había temido, eran apenas paños de agua fría comparado con lo que realmente sucedió.
Diez años han pasado desde el inicio de ésta guerra, la humanidad ha tratado de hacer algo, pero nada han podido hacer. A ellos no les interesamos por eso no sienten remordimiento cuando millones caen en sus batallas, ni tampoco buscan expresamente aniquilarnos. Somos como hormigas con nuestro hormiguero en un campo donde los elefantes luchan. No podemos hacer nada.
He visto como mueren hombres tan solo por estar a cien metros de ellos, he visto como un movimiento de sus manos atraviesa el cielo y destruye edificios enteros. He visto como dos de esos monstruos se baten a duelo y cómo colorean el cielo con su fuerza, yo lo he visto, lo he visto. Y siempre me pregunto ¿Por qué estoy vivo? si tan solo al mirar sus ojos debí morir. Ahora sabemos, que no hubo jamás dios, ahora sabemos que tampoco habían ángeles o demonios. Sólo habían dioses y monstruos y por encima de ellos, únicamente la muerte.
JEC

jueves, 25 de septiembre de 2014

Esquizofrenia - Parte I

Heterocromía, una deficiencia de melanina en el cuerpo que impide la correcta pigmentación de ambos iris, causando una diferencia de color entre los ojos. En mi caso particular, ocasiono un ojo de color gris azulado y otro de color escarlata como la sangre siendo iluminada. Mi padecimiento particular me trajo varios desagradables apodos, burlas, entre otras cosas. Esa apariencia discordante me envió a un exilio durante mi niñez, a una infortunada soledad.

Sin embargo, siempre tuve un mal presentimiento acerca de mi mirada y la forma tan macabra como mis ojos se combinaban en el espejo, cuando me observaba fijamente. Sentía como si en mi habitara un frío y despiadado invierno y un tórrido, sofocante y ardiente infierno. Esa sensación se traducía a mis otros sentidos, engañándolos de alguna manera, de tal forma que, en ocasiones sentía el crujir de las brazas y en otras el silbar de vientos presurosos. O sentía congelamiento en días calurosos y en aquellos días no tan afortunados el fuego me abrasaba completamente. Y puede sonar a superstición o al resultado de una imaginación demasiado libre, pero creo que esas sensaciones están relacionadas a mis ojos. A esa combinación infernal de colores y brillos.

Pero, el horror no culmina ahí, la manipulación y el jugueteo a mis percepciones corporales es lo de menos comparado con las visiones que se apoderan de mi mente en ciertas circunstancias. La primera que recuerdo sucedió cuando tenía 5 años. Estaba durmiendo y a mitad de la noche el sueño se marcho precipitadamente, me levanté de repente, con una sudoración excesiva, aunque los escalofríos eran predominantes. Entonces, abrí los ojos súbitamente y al instante percibí una figura decrépita y desgastada, con los pómulos contraídos y sin piel en su rostro. En las órbitas oculares sólo se encontraban dos pequeños círculos en el centro que brillaban con un verde intenso, embebidos en una negrura extrema. En el instante que duró mi visión, pude notar la atención con la que el espectro me observaba, cómo si quisiera algo de mi. Cerré los ojos y grite con todas mis fuerzas mientras me protegía con la cobija, cubriéndome totalmente con ella. No es necesario profundizar en los trastornos que generó esa visión, en las acusaciones de mis padres, en los castigos y regaños que recibí. Sin embargo, sé lo que vi y sé que al menos, por un instante estuvo ahí. Aunque para mis padres fuera sólo mi imaginación y una sugestión pasajera.

El tiempo pasó y me gustaría decir que las visiones se alejaron. Pero por el contrario, aumentaron en cantidad, frecuencia y detalle. Ahora los veo en cualquier instante, en cualquier lugar, sin importar el clima o las condiciones del día o la noche. Incluso, en ocasiones los confundo con personas reales, aunque sus rasgos moribundos y oscuros, estaban por doquier. ¿Podría culpar a la maldición de mis ojos? Fue lo primero que pensé y un día cualquier, decidí probar la veracidad de mi hipótesis. Aunque realmente era de noche -no sé porque tomé la decisión de que fuera de noche-, Traté de soñar placenteramente, hasta que llegara el momento en el que me despertara vertiginosamente, entonces no abriría los ojos a la vez, sino que, abriría sólo uno, ya fuera el escarlata o el gris azulado, lo dejaría todo al azar de mis instintos. Así sucedió, el vertido de mi despertar se apoderó de todos mis nervios, provocándome una sudoración excesiva y escalofríos espasmódicos y desproporcionados, entonces, recordé mi propósito y me negué a abrir los dos ojos al unisono. Y el azar escogió, abrí únicamente el ojo escarlata, aquél que ocupaba mi hemisferio izquierdo, aquel que producía un infierno en mi, aquel al que más temía pues en la oscuridad brillaba con ahínco y un estupor que sobrepasaba mi cordura.

La visión apareció inmediatamente ante mí, pero esta vez difería un poco lo que veía. Esta vez, sólo veía una figura fantasmal, que se adecuaba a la forma del antiguo espectro, pero parecía que fluyera de alguna forma. Lo entendí inmediatamente, el ojo escarlata podía percibir el fuego del alma de esos espectros, mientras que el ojo gris azulado percibiría el vaho del espíritu, algo así, como la niebla que cubría aquél fuego y le permitía habitar mi realidad. En otras palabras, con uno podía apreciar sus intensiones, mientras con el otro sus acciones. Cuál de los dos sería más perverso, eso no lo pude determinar ni decidir. Luego de mi hallazgo, sólo me quedó cerrar los ojos y protegerme con mi cobija ya que, esta vez gritar no serviría de nada, esta vez no vendrían mis padres a salvarme.

JEC

jueves, 18 de septiembre de 2014

Decisión

Ir en contra del régimen era castigado con la muerte. Muerte que no llegaba de una manera placentera y rápida como en los métodos más humanos y certeros de ejecución, tales como: la guillotina, el pabellón de fusilamiento o la doncella de hierro. Sino, de la manera más creativa, lenta e inhumana posible. Así pues, las torturas que ofrecía el régimen totalitario para sus detractores eran legendarias entre los susurro de las masas, entre las creencias y mitos que hacían circular los mismos implicados. De esta manera, mediante el control por miedo, la oposición perdía fuerza y el régimen se hacía más absoluto, totalitario y tirano.

Este temor jamás fue un aliciente para dejar nuestra lucha, más cuando nuestro espíritu se vanagloriaba de nuestras proezas y liberaciones. Además, siempre teníamos la posibilidad de acabar con nuestras vidas antes de ser capturados y posteriormente expuestos a dichos mitos de torturas horribles. Sin embargo, en ocasiones nuestros intentos por acabar con nuestro suspiro fallaban y éramos capturados. No puedo culpar a nadie más que a mi por fallar en la fatídica pero necesaria empresa de suicidarme, ese día dieciocho de los veinte insurgentes murieron, salvándose del infierno y llevando con ellos casi el triple de perros del régimen. Sólo uno logró escapar ileso y uno fue capturado al fallar el tiro de gracia. Sin embargo, me fue imposible sostener mi antebrazo al recibir el impacto de fusil en el hombro, luego el desfallecimiento de mi mano provocó que mi revolver se soltara y rebotara varios centímetros, además, la lluvia empeoró todo, no pude tomar el revolver a tiempo y sesgar mi vida, ya que cuando pretendí hacerlo, tres soldados del régimen se abalanzaron a mi.

Los días posteriores a mi captura son oscuros y difusos, sólo escuché sentencias entre lineas, sentí golpes a medias y los pocos minutos de lucidez eran apabullados por un dolor intenso proveniente de todo mi cuerpo, hasta podía sentir el peso de mis cabellos y una incomodidad mortuoria. ¿Ya había iniciado la tortura? Para mi desilusión completa, apenas era el juicio. Más allá del dolor físico, me aquejaba un dolor más insoportable, una desilusión se había cernido completamente sobre mi alma. ¿Por qué tenía que haber fallado el tiro de gracia? Si lo hubiera hecho, mi tormento habría finalizado con un fugaz y certero -boom-. Mi alma habría sido liberada de éste mundo de mierda, habría vencido a mi manera al régimen, incluso, podría estar en el cielo celebrando con mis compañeros insurgentes el haber iniciado la oposición. Pero no, no fue así, ahora estaba a merced de las crueldades, exageraciones, perversiones y maldades de los ejecutores de la corona. Aquellos que perpetuaban el poder mediante el miedo, la amenaza, el terror y la muerte. Sin embargo, no desgastaré mis ultimas letras, en describir cómo me siento, y más, a causa de errores del pasado.

Dormí lo suficiente, diría que fue placentero. Al menos hasta que el dislocamiento de mi hombro impidió que siguiera haciéndolo, no era capaz de reunir la serenidad suficiente para sumergirme en un sueño profundo. Éste padecimiento se produjo por la posición en la que me encontraba, al parecer me habían atado de las muñecas, colgando, aunque se podía sentir unas ataduras iguales en mis piernas, y otra que me rodeaba la cintura. Traté al principio de escudriñar mi precaria condición con la vista, sin embargo mis ojos tardaron unos cuantos minutos en habituarse a la muy escasa luz. Mientras tanto, traté de palpar con mi tacto. Moviendo y estrujando las manos, brazos, piernas y pies, noté que colgaba completamente, y el único apoyo estaba ubicado en mi pie izquierdo (para agravar mi condición, pues soy diestro) aunque, tenía que salir de mi posición de equilibrio para poder apoyarme en él. ¿Por qué estaría esa pequeña plataforma ahí? Seguí en la propiocepción de mi condición, no lo había notado aún, pero en mi mano sostenía algo, al parecer aferrado a ella de alguna manera. Procedí a palpar con mi otra mano hasta que el filo del artefacto cortó la piel de uno de mis dedos. El dolor era agudo, sin embargo, al parecer los castigos propinados anteriormente y el dolor propio de la dislocación habían incrementado mi umbral de dolor, aunque no dejaba de ser incomoda la sensación y el goteo de la sangre por mi brazo, siguiendo por la espalda. Un cordón fino, empalmado al puñal y sujetado a mi mano por diversos nudos, era lo que mantenía fijo el puñal.

¿En qué clase de tortura estaré involucrado? Tal vez en una que implique múltiples desgarres en mis extremidades superiores, o quizás mediante desangramiento. ¿Pero, para que sería el puñal? Meditaba sobre éstas horribles preguntas cuando mis ojos se adaptaron y logré percibir una imagen. Al parecer, habían varios apoyos que me rodeaban, efectivamente estaba colgando de una cuerda atada a mis muñecas, aunque permitían un movimiento sencillo de ellas. Las demás ataduras eran inestables y efímeras, no brindaban mucho soporte vertical, eran mas cuerdas estabilizadoras y podía intuir que la mayoría de mi peso descansaba en las cuerdas de mis muñecas. Mientras más percibía, mi sentido se volvía más agudo. Luego pude notar que las pequeñas bases de sustentación que me rodeaban estaban unidas a la pared por unas varas largas, aunque el brillo que producían era cómo el de los fusiles recién lustrados. Al intentar poner un pie en una de las varas, no en el apoyo, éste se deslizó estrepitosamente y se embadurnó de un aceite espeso. Este aceite viscoso producía un ardor inimaginable, ardor que no pude soportar y cuya única escapatoria para aliviar el dolor era vocalizar gritos desgarradores. Lo cual en sí, era un alivio, pero se convertía en un horror cuando el sonido de mis angustias rebotaba desde las paredes hacia mis oídos, ya no quería escuchar más ese repugnante sonido, pero no podía detenerme y callar pues era la única forma de menguar el ardor del aceite.

Mientras convulsionaba por mi calvario: el ardor infernal en mi pie, el dolor punzante y desgarrador en mi hombro, la sensación de palpitar en la cortada de mi dedo, las multiples lazeraciones que hasta ahora no había notado, la sensación de agonía producida por el hambre y la debilidad en la que me encontraba y además, la reverberación del sonido de mis gritos, quejidos, y clamores que mendigaban por el termino de mi ya poco valiosa vida; una piedra cayó de las paredes. Aunque todo era caótico, escuché claramente el sonido vacuo de la piedra girando en el aire, el tiempo pareció dilatarse mientras ésta caía por el espacio en busca del suelo que detuviera su caída. El sonido, no fue seco, y la piedra no revotó. Al parecer, el fondo del pozo en el que colgaba no era un suelo rocoso y firme, sino una delgada capa de fango y escoria, con quizás un poco de agua (o sabrá que desperdicio o desecho, o sustancia desagradable yacía ahí). El sonido apagado de la roca al colisionar, vislumbro mi verdadera y horrible situación. Estaba colgando de unas marras, con algunas bases en las que me podía sustentar, sin embargo, éstas estaban cubiertas de un aceite corrosivo. Con una navaja en mi mano y un pozo de cerca de 9 metros de alto. Es decir, debía elegir entre cortar la soga y morir en el pozo o no hacerlo y morir desangrado o asfixiado lentamente por la posición en la que me encontraba.

Hasta ahora, no había sentido el pavor, lo horrible, el terror, el miedo, y cualquier otro sinónimo de un sentimiento de abandono tan grande que producía en mi un profundo apego a la chispa de mi vida. Comencé a llorar, lágrimas de sangre, calientes y nauseabundas, repletas de mucosa. Tal vez, era la expresión máxima del estado de mi alma y mi profundo apego a la vida. Lo terrible de la situación, no era mi destino. Pues, desde que me había enlistado en la oposición, sabía que algún día ese sería mi final y cada momento de tranquilidad pensaba en ello, cómo tratando de encontrar las fuerzas necesarias para ceder mi voluntad y permitir el abrazo de la muerte. Lo horroroso de mi situación era la decisión. Siempre fue la decisión. Decidir es el proceso que más miedo puede infundir en un hombre. Fue por la decisión que yo no disparé mi revolver, pensaba que quizás lograría vivir. Es la decisión lo que siempre me atrapó, lo que jamás dejó que mi alma estuviera tranquila. Como el día en que no fui capaz de decidir casarme y sólo huí. ¿Por qué un hombre, un ser hecho a imagen y semejanza de Dios, podría ser tan cruel? Porqué escogerían esta tortura en especial para mi. Porqué tendría que ser yo el que decidiera el camino por el cual morir.

Aparentemente la decisión era sencilla. Optar por la rapidez y la eficacia y acortar mi agonía, cortando la soga que me ataba y caer al vacío, para que el piso fuera mi verdugo, de manera rápida, humana, cortante y eficaz. Sin embargo, al pensarlo un poco mejor (maldita decisión), me llenaba de dudas, de peros, de posibles, de "y que tal, si al caer sólo me quebrara un pie, o varios huesos. Y mi calvario se extendiera aún más". En ese caso, era más humano morir en mi estado actual. Al parecer ambas opciones eran correctas y a la vez erradas. Que vida tan hijueputa o mejor dicho, que muerte tan hijueputa. Sólo podía exclamar esas frases en mi mente embotada. Ciertamente, era imposible decidir y basarse en la lógica, pues todas las sensaciones que me embestían impedían mi concentración y mi única salida era llorar erráticamente. Cada segundo el terror de un aniquilamiento poco eficaz, que extendiera mi sufrimiento hasta el infinito, se apoderaba más y más de mi. Mi corazón ya no daba abasto para la cantidad de adrenalina que fluía por mi torrente sanguíneo, mi cabeza parecía estallar y el dolor era simplemente la peor e incalculable sensación que jamás hubiera sentido. Entonces, decidí (por fin), mientras me contrariaba constantemente, por la opción de mayor probabilidad para acabar con mi vida. Corté la cuerda.

Al principio parecía caer, sin embargo, no fue así del todo, no fue tan rápido como la piedra y aparecieron obstáculos. Las varas que sostenían los apoyos, estaban conectadas a mi peso, es decir, al liberar la tensión de la soga, estas se liberaron, y las sogas que servían de equilibrio se encargaron de hacerme colisionar contra las varas que se habían liberado de su sostén. El aceite corrosivo salpico grandes porciones de mi cuerpo, una de las varas golpeo mi costado, quebrando varias costillas y a su vez, desestabilizando mi caída. Ahora danzaba errático y frenético en el aire, concluyendo en una colisión desproporcionada y horrible, en las que al menos seis o siete huesos de mi cuerpo se astillaron completamente. Mi rostro termino medio clavado en el fango de olor fuerte y espeso. Olía a mierda, a sangre, a orina y sudor. Olía a muerte, a abandono y a maldad. Y ahí, moriría yo, sin saber cuanto tardaría en extinguirse mi llama, mi voluntad. ¿Había tomado la peor decisión? De nuevo el terror, el miedo, la tristeza, la agonía, la desesperanza se adueñaron de mi, sobretodo la culpa.

Desperté siendo arrastrado en hombros por dos sujetos. Uno de ellos era conocido. Teniente Ricardo Puerta, el sujeto que había escapado de la emboscada de las fuerzas imperiales. Había logrado llegar hasta el destacamento real de ejecución y con la ayuda de la infantería logró penetrar las defensas del recinto. Ese día se salvaron cerca de cincuenta almas que iban a ser torturadas de la peor forma. Quizás yo, podría estar entre ellas. Lo único que me separaba de ese destino era decidir si vivir o no. El terror, jamás cesó.

JEC

jueves, 11 de septiembre de 2014

Relámpago y trueno.

La luz de la vela danzaba en el pabilo, presagiando una noche de vientos fuertes y una tormenta implacable, sin embargo la luna aún brillaba en un despejado cielo negro y plagado de estrellas. Al menos, así lucía desde el ventanal de la habitación sur de la casona de Mr. Heil. Una habitación tan solitaria como la misma casa, en la que sólo habitaba yo, pues la servidumbre y el mismo señor Heil estaban en otro lugar y yo, me encontraba como cuidador y evaluador del lugar que estaba en venta. Sin prestar mucha atención a los vaticinios de lluvia cerré el ventanal y me dispuse a pasar la noche leyendo y escribiendo bajo la luz de la vela (velas en realidad, pues requería al menos unas 4 para alumbrar apropiadamente el escritorio).
Mientras estaba absorto en mi pasatiempo era abordado por escalofríos repetitivos y una sensación incómoda de estar siendo observado, sensación que causaba múltiples distracciones al observar de esquina a esquina la habitación y como siempre encontrarme con el vacío propio de la soledad que me acompañaba. Aunque, esa sensación tan incomoda y sombría, lentamente incrementaba mi ansiedad y el terror propio de lo inesperado y lo desconocido.
Sensación que llegó a la cúspide cuando el primer trueno desgarró el cielo. -Madre de Dios todopoderoso- Esas fueron las palabras que brotaron del susto causado por el trueno, el cual había impactado en las cercanías, pues la diferencia entre la luminosidad del relámpago y el estruendo del trueno eran imperceptibles. El fulgor del relámpago encandiló mis ojos por unos segundos y el trueno embotó mis oídos. En ese estado catatónico y desorientado, percibí una figura oscura en una de las esquinas de la habitación. Aunque no le presté mucha atención debido a mi estado.
Qué susto, casi me tragué el corazón y me mordí la lengua. Lo inesperado de tan majestuoso estruendo había causado una taquicardia en mi y avivado los temerosos pensamientos que me habían acusado toda la noche, la solitaria noche, en esa casona abandonada. Sin embargo, logré calmar mis ansias. Entonces, procedí a descansar un poco, aún no era tiempo de dormir, pero si cerraría un momento los ojos y dejaría que el sonido de las gotas rebotando en el ventanal me arrullara.
Mientras dormía soñé con una hermosa mujer vestida de negro, la cual me llamaba desde una puerta de madera, retocada y barnizada, de color negro y chapas doradas. No podía ver su cara, pues un velo negro sedoso la cubría y sólo podía distinguir sus sensuales facciones y sus delgadas manos, cubiertas por unos guantes negros de terciopelo, además, el sombrero de medio lado que sostenía el velo. Una falda recientemente negra, cuyo flequillo iba desde la porción medial del vestido hasta las lejanías del mismo, proporcionaba, si se miraba de frente, una deslumbrante vista de las piernas de la mujer, adornadas con medias veladas y un par de ligas con encaje bordado que sostenían las medias y dividían la pulcritud de unas delgadas y delineadas piernas, con la infernal y apasionante verdad que se encontraba por encima de ellos. Aún así, el flequillo en forma de "v" no dejaba ver la entrepierna de la mujer, sin embargo, le daba un especial énfasis el cual no se podía pasar desapercibido.
Los labios resaltaban en la negrura de su atuendo, pues estaban coloreados de un rojo carmesí, como si la sangre brotara de ellos y se prendiera fuego en la más intensa y desalmada flama del averno. Sus ojos permanecían ocultos bajo el velo, al igual que sus demás facciones. Su brazo se extendía ante mí como tratando de alcanzarme y sus labios deletreaban, clara y lentamente, la frase -Pronto serás mío-. De repente, el espacio se contrajo y la mujer estaba al frente mío. Su mano casi tocaba mi cuello y de alguna manera asfixiaba mi ser. Entonces, desperté.
Sobresaltado y asustado, abrí los ojos al a vez expulsaba un grito desde el alma. Las velas habían terminado su pabilo y la habitación se encontraba completamente sumida en una oscuridad sólida e impermeable. Traté de ubicarme, en el espacio y también en el tiempo y sólo pude distinguir el ventanal por un brillo delicado y moribundo que producía la única luz de la luna llena, que se escapaba entre la densidad de las nubes. Entonces, miré al rincón, fijamente. Con una perplejidad que superaba la de un felino al cazar. Sin embargo, no notaba más que un pequeño cambio de contraste. Entonces, armado de valor, decidí no mirar y buscar más velas y cerillos para atravesar la brumosa oscuridad que se cernía sobre la habitación.
Al dar la espalda al rincón escuché el susurro -Pronto serás mío-. Justo, cuando tomaba una vela y un cerillo. Presuroso y atormentado por un temblor de ultratumba, prendí el pabilo y apunte la luz salvadora al rincón. Tan sólo vislumbré como se disipaban las sombras, en especial una que yacía en el rincón, de donde provino el susurro. Mi alma se sumió en un regocijo incalculable al descubrir que no había nada. Entonces puse el candelabro en el escritorio y miré hacia la ventana. La negrura que invadía todo era levemente sobrepasada por el brillo de la vela, aunque en ningún momento lograba su brillo llegar hasta la ventana. Entonces, justo cuando mi corazón y mi alma por fin estaban en calma, cuando el miedo por fin se había disipado, nuevamente, surgió el relámpago y su destello iluminó toda la habitación. Revelando mi destino, borrando cualquier sensación de bienestar, eliminando la sensatez del mundo físico y abriendo aquella puerta negra que habitaba mis sueños.
Cómo no se iba a difuminar la sombra de la esquina de la habitación, si no era más, nunca fue más, jamás sería más, que una mera sombra. Una proyección de su dueña. La cual jamás estuvo en la negrura de la habitación. Siempre miró desde el otro lado de la ventana, con sus vestiduras negras, sus labios rojos, su piel mortuoria y el brillo de unos ojos que sobrepasaban el velo que cubría su rostro. Era la encarnación de todos los temores que pude adquirir en mi vida. Toda esa figura, iluminada por la luz omnipotente del relámpago. Pero, había algo que me daba esperanza, la figura tétrica y fantasmal no podía atravesar el ventanal cerrado, era un paño de agua fría para mi tormento, pero, un alivió sin dudar.
Sin embargo, el terror que sentía no culminaría ahí. Pues, no hay relámpago sin el estallido sónico del trueno. Estruendo que, aunque a mi percepción temporal pareciera extendida y dilatada, no tardó nada en llegar y para mi completa perdición y desgracia, aniquilando cualquier salvación, El ventanal se abrió de par en par y el espectro que me acechaba se sintió liberado de su exilio. No hubo nada jamás en el mundo, más horripilante que la sonrisa de mi cegador.
JEC